jueves, 22 de marzo de 2007

ELLA

Y allí estaba ella. Sentada en el único banco del parque que no había sido arrastrado por el agua ni ocultado bajo la nieve. Allí estaba ella, sentada, meditabunda.

Las fuertes lluvias se habían llevado consigo las esperanzas, la alegría, la felicidad. Habían dejado una multitud de rostros moribundos y un paisaje desolador que, ahora, dormía bajo el grueso manto de nieve que había cubierto la ciudad al completo. Todo el mundo estaba en sus casas o, al menos, en lo que quedaba de ellas. Tan sólo unos días atrás todo estaba revuelto, se oían los gritos desde casi cualquier sitio. Gritos de desesperación, gritos de soledad y, sobretodo, gritos de tristeza por la gente que no había sobrevivido al efecto devastador de la lluvia.

Pero ella estaba allí, impasible. Las piernas cruzadas, los bazos sobre la cabeza y la mirada perdida. Perdida, quizás, entre la tranquilidad que emanaba la suave sábana blanca que se había llevado el caos.

Su pelo revoloteaba como revolotean las mariposas en primavera. Había llegado el viento, un viento de ese que dicen que vuelve locas a las personas. Después de la lluvia y la nieve le tocaba el turno al viento, concretamente a ese viento, pero ella no era capaz de sentirlo.

Por eso estaba ella allí, sentada con la mirada perdida, loca por el viento, insensible por la nieve, desesperada por la lluvia. Pero ella seguí allí y no parecía que fuera a moverse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué genial el escrito! Hoy aprovecho para ponerte un comment, que hacía mucho q no te leía.
Besi!